Palabras de amor, una condena.

Privación de libertad para quienes las escriben, las que las esperan, a los que ni se enteran de ellas, a las que se sorprenden y claro a quienes no pueden seguir sus señas.
 
Texto donde se dijo algo de más o de menos, lo incorrecto, lo fantaseado, lo que es para el/ella o de destinatario equivocado. Error, juego, engaño, travesura y también deseo.

Palabras que llegan en cartas, correos electrónicos, pensamientos de facebook, notitas autoadhesivas, memos de oficina, papelitos debajo de puerta o pintadas callejeras.

Sensaciones desesperadas, que pretenden decir lo imposible. Miradas que encuentran un mudo lugar, abrazo a la distancia que conforma un rato la impaciencia de querer amar y no saber cuándo, cómo decirlo.

Cuento de dos contado por uno, que cree estar encontrado con ella en un lugar virtual lleno de excitación, culpa, misterio, ansia, perdida, revelación y soledad que se dejan marchar para no sufrir aunque eso mismo sea sufrir.
Juicio y castigo a quien las deja desangrar.

¿Que hace que a una palabra de amor se la deje morir sin siquiera ir en búsqueda de aquello propio que le dio origen?
Puede haber razones para el rechazo, pero ¿puede haber indiferencia a aquello que conmueve?


Alberto Manguel cuenta en el prologo de "Breve tratado de la pasión" que en algún barrio de Metz en el Noreste de Francia, una mujer demando a un hombre por haberle escrito algo más de ochocientas cartas de amor.

¿Lo estaría condenado por algo no escrito, antes de abrir la primera de esas ochocientas? ¿Abrió esa primera? ¿Qué mal la aquejaría a esa mujer amada que no pudo con tanto amor en palabras?

Traigo ese recorte solo para brindar por aquel, que no sabemos por calidad pero seguro por cantidad, hizo de su acto de amor un precedente para los que seguimos escribiendo o leyendo la palabra de amor que nos corresponde.

Que se haga justicia!!

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